EL TITICACA, UN LAGO CON MAGIA.
El lago Titicaca es el lago navegable más alto del mundo, se forma
principalmente por 25 ríos que desembocan sus aguas justo en él, así como por
sus afluentes de agua que nacen en las cumbres nevadas de los andes que lo
rodean; es por ello que la temperatura
del agua es fría y solamente los valientes se atreven a meterse en un día
soleado, o los locales que lo hacen incluso en forma de ritual, pues cuenta la
leyenda que del Lago Titicaca surgieron los Incas.
El lago por un lado es de Perú y por el otro de Bolivia, a nosotros nos
tocó conocer una pequeña parte de cada lado. En la parte peruana estuvimos en
Puno una ciudad grande ya muy cercana a la frontera, allí tuvimos la primer
probadita de una experiencia mágica que íbamos a vivir por casi dos semanas. En
Puno un día salimos a caminar sobre el lago y nos tocó ver una gran variedad de
aves: flamencos andinos, patos, garzas,
gaviotas y parihuanas que son unas pequeñas aves blancas las cuales nos
deleitaron con sus giros y su manera de moverse sobre el agua; también tuvimos
la oportunidad de caminar sobre un pequeño islote de totora (una especie de
palma que usan en estas tierras desde tiempos ancestrales para hacer lanchas e
islotes), y finalmente dar un paseo en una península con unas enormes piedras
cuya posición me resulta difícil de explicar.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhQq_NF2zCZQ8p9wR8M_godYk1fd5MzlwiVB1QTnAdHxTSYV7-tA002Q67Csx2iPpjV7e3ZeL_as_FnbiwK_KkszwwatW_2AIoZBYvH-7Tb2kq-nKY15zgkx3yfMpGz55bO1iQettEql_E/s320/DSC07353.JPG)
Posteriormente estuvimos un par de días en Copacabana, después de cruzar
la frontera, allí la experiencia boliviana arranco con todo, un pequeño pueblo que colinda al lago, donde
hay que hacer las compras diarias en el
mercado o en los puestos de la calle, y donde desde lo alto del cerro del
Calvario se pueden apreciar unos atardeceres mágicos donde la combinación de
colores entre el cielo y el agua del lago parece que se impregnan en la parte
de atrás de la mirada; un lugar donde el tiempo pasa a veces tan lento y al
final tan rápido, creando una especie de pequeño descontrol.
Cuando ya no me quedaban dudas de que El Lago Titicaca tenía magia, de
pronto se apareció la Isla del Sol y quede maravillado; totalmente con el ojo
cuadrado al ver como lo increíble se postraba y daba vueltas a mi alrededor:
burritos lanudos que a nuestro paso comenzaban a rebuznar como unos locos,
familias de puerquitos que iban bajando las altas y empinadas colinas, patos,
gaviotas, y demás aves que en la playa se bañaban sin importarles que el agua
estuviera fría, así como la gente local y los niños que lentamente y con un
estilo muy reservado se iban relacionando poco a poco con nosotros, y por si
fuera poco con ruinas ancestrales de los Incas con piedras sagradas y laberintos que
desde lo alto bajaban hasta la playa frente al lago. Todo esto contribuía a que
me sintiera como en una especie de paraíso, un paraíso andino donde no faltaba
nada y no sobraba nada, todo era perfecto.
El hostal donde nos alojamos en la Isla del Sol era una vivienda típica de los habitantes de la Isla, con cocinas de leña donde en la parte de atrás vivían y se calentaba una familia de cuys, con baños simples, con cuartos con colchones de nada ortopédicos, pero con una vista increíble y una vibra especial cuando los dueños de la casa se acercaban a practicar su castellano con nosotros, y sobre todo con una banquita de picnic afuera del cuarto donde uno podía pasar el tiempo simplemente admirando la vista, en especial en las noches; Julieta, Luis y yo solíamos salir en las noches aguantándonos el frío con tal de estar presentes, con tal de ser parte de la noche en la Isla del Sol. Allí tuvimos la oportunidad de ver caer varías estrellas fugaces, de ver los relámpagos que a lo lejos iluminaban las siluetas de las montañas en el horizonte, con constelaciones frente a nosotros y con un sonido de las olas del lago que simplemente nos hipnotizaba por horas y horas. Los atardeceres también fueron espectaculares y el amanecer con vista hacia las montañas nevadas ni que decir.
Cuando estábamos en la Isla del Sol, nos interesaba mucho ir a conocer
la Isla de la luna su compañera, la cual es más pequeñas y está justo en frente,
al final no pudimos llegar hasta allá, pero desde la Isla del Sol alcanzamos a
ver la luna, no la Isla, sino el satélite, y no en la noche, sino que en el día
de un lado del cielo se postraba un
astro y del otro su fiel compañera saludando.
Los trayectos en lancha sobre el lago para ir y para regresar desde
Copacabana hasta la Isla, también estuvieron llenos de momentos mágicos como
cuando las nubes tomaban formas y se veían tan cercanas que parecieran estar
allí a la mano para jugar con ellas; y también con los diferentes paisajes que se percibían desde el lago donde los
islotes y los pedazos de tierra firme en las orillas simplemente se combinaban
perfectamente con las pequeñas olas del lago creando formas que me llevaron a
soñar despierto, desde lo más profundo de mi interior hasta tocar de nuevo
terreno estable para seguir con mi vida.
El lago Titicaca un lugar donde
los colores del agua, se combinan perfectamente con la fauna local, así como
con los valles andinos, y donde el cielo pone de su parte creando espectáculos
naturales inimaginables. Un lugar al que definitivamente me gustaría volver y
conocerlo más, pues me encantaría seguir sintiendo su magia.
Observar el lago hace que uno se
pierda, pueden pasar horas, días, semanas, incluso meses y uno podría seguir
maravillado.
Escrito por David Herrera El González.
18 de Abril, 2016.
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